Judy Garland y Louis B. Mayer
El Mago de Oz es la película a la que todos llevaríamos a nuestros hijos y sobrinos para que se quedaran con la boca abierta por su magia y fantasía. Sin embargo, igual que un día descubrimos que el Ratoncito Pérez no existe o que los Reyes Magos son los padres, esa idealización va irremediablemente cayéndose cuando averiguamos que la dulce Dorothy se llamaba Judy Garland, y que Judy Garland realmente era Frances Ethel Gumm, una niña con grandes dotes para cantar y bailar que, desde los seis años, fue explotada por su madre. Como todo en Judy Garland, todo demasiado pronto.
Louis B. Mayer vio enseguida el talento de la niña y firmó un contrato con su madre en 1935, después de que, con sólo 13 años, ya se hubiera labrado un buen currículo en el show business con sus hermanas en The Gumm Sisters.
A partir de 1939 la vida de la adolescente cambió radicalmente con la película basada en el libro de L. Frank Baum. Después, una espiral de abusos, anfetaminas y barbitúricos para aguantar rodajes, matrimonios disparatados, divorcios e intentos de suicidio.
Con tan sólo 25 años a Judy Garland ya le habían practicado electroshocks y sesiones de psicoanálisis para solucionar sus problemas psicológicos fruto de una carrera tan estresante como precoz, aunque con títulos y actuaciones míticas en la historia del cine, que tendrían continuidad durante un tiempo:
Sólo tenemos que ver sus últimas fotografías con 47 años y ver a una anciana prematura para darnos cuenta de los abusos que una industria como la del espectáculo puede ejercer en un juguete que cae en malas manos. No fue el único caso en la trayectoria del explotador señor Mayer, al que Elizabeth Taylor describió como "un monstruo" y que ejerce una curiosa paradoja, la de que un hombre sin escrúpulos haya sido uno de los mayores creadores de fantasía de la historia.
Parafraseando al propio Mayer: Si una historia me hace llorar, sabré que es buena.